La renuncia del amor

sábado, 17 de diciembre de 2011

El que halle su vida, la perderá; y el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. S. Mateo 10:39.

Una vez oí contar la historia de Jim, ese maquinista norteamericano cuya vida era una inspiración para todos los que trabajaban con él. Dicen que al presidente de la compañía ferroviaria sólo le gustaba viajar con él, porque era un buen cristiano.
Cierto día sucedió un terrible accidente y Jim quedó aprisionado entre los retorcidos hierros del tren; su muerte era inminente. Ya había perdido mucha sangre y se debatía en la agonía, cuando el presidente de la compañía, que también viajaba en esa oportunidad, trató de ayudarlo.
-Yo sé en quién he creído -repetía en voz bajita el moribundo Jim. Los ojos del presidente se llenaron de lágrimas. Quedó admirado de la confianza que ese hombre tenía en Jesús, y afirmó:
-Qué gran fe es la tuya, Jim; yo daría todo para tener una fe como esa.
-Fue exactamente lo que tuve que hacer por Jesús -fue la respuesta de Jim
¿A cuánto renunciamos nosotros por causa de Cristo? Cuando el ser humano logra entender todo el amor que llevó al Señor Jesús a sacrificar su vida en la cruz del Calvario, no tiene otro camino que caer a los pies de la cruz y decir: "Señor, muchas gracias porque me amaste sin merecerlo". A partir de ese momento se inicia la maravillosa experiencia de andar lado a lado con Jesús. El amor de Cristo nos constriñe, nos inspira, nos Ileva a gustar de las cosas que antes no gustábamos, nos lleva a no querer vivir más sin él.
Con el correr del tiempo esta experiencia va creciendo cada vez más. El corazón humano comienza a entender que no vale la pena vivir sin Jesús, porque la vida destituida de Cristo no tiene sentido. Pero continúa viviendo en este mundo con sus atracciones, presiones y tentaciones. Muchas veces se siente acorralado. El brillo de las cosas terrenas puede cautivarlo, pero ahora ya no es un ser carnal, pues pasó de muerte a vida: experimentó el contraste del bienestar pasajero que el mundo ofrece, y la paz y la felicidad auténticas que sólo Cristo puede proporcionar.
Al amor de Cristo es a quien el cristiano entrega todo. Renuncia a todo lo que puede incomodar su maravillosa comunión con Cristo. Sabe que nada puede igualarse al amor de Jesús. Quiere ver una sonrisa de felicidad en el rostro del ser amado, y le entrega el primer lugar en su vida.
Cuando el Señor Jesús dice que no debemos amar con mayor intensidad a nuestro padre o a nuestra madre que a él, no está queriendo decir que amar y respetar a los padres sea algo malo en sí mismo; lo que quiere decir es que ni personas tan buenas como los padres tienen el derecho que sólo Cristo tiene: ocupar el primer lugar en nuestra experiencia.
Jim, el maquinista norteamericano, murió con la seguridad de esa realidad. ¿Y qué en cuanto a ti y a mí?

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