Nadie como Dios

jueves, 22 de diciembre de 2011


Los montes tiemblan delante de él, y los collados se derriten; la tierra se conmueve a su presencia, y el mundo, y todos los que en él habitan. Nahum 1:5. 

Es temprano. Te despiertas dispuesto a iniciar las actividades de un nuevo día, pero sientes el sabor amargo de la impotencia ante una montaña de dificultades. Crees que no tienes fuerzas; estás cansado de luchar, y el miedo empieza a apoderarse de tu corazón. ¿Qué hacer? Lee de nuevo el versículo de hoy. Te habla de un Dios Todopoderoso, en cuya presencia los montes tiemblan y los collados se derriten.
El profeta Nahum exalta el poder de Dios. A veces, para entender por experiencia propia lo que significa el poder de Dios, es necesario llegar al extremo de la incapacidad humana. Conozco personas que decían ser ateas hasta que un día, en el momento de la desesperación, sin saber qué hacer, cuando todos los recursos humanos habían fallado, no les quedó otra alter­nativa que reconocer a Dios.
Y lo maravilloso es que Dios no echa en cara la incredulidad pasada. No dice: "Ah, te acordaste de mí porque todo te falló"; él, simplemente, abre los brazos y te recibe, dispuesto a darte una nueva página de inicio.
La Reina Victoria estaba conmemorando sesenta años del trono monár­quico en Inglaterra, cuando Rudyard Kipling publicó su poema denomina­do "Himno de clausura". Muchos ingleses se sintieron ofendidos, porque el poema agredía el orgullo nacional, en una época en que el Imperio estaba en todo su auge. "Himno de clausura" es un poema que hace referencia al peligro de confiar demasiado en sí mismo; y menciona que otros imperios del pasado cayeron por causa del orgullo nacional.
Kipling no estaba equivocado: muchas naciones, en el pasado, pensaron que Dios no podría hacer nada en contra de ellas. ¿Dónde están hoy? Solo quedan sus ruinas. Sí, los montes y los collados desaparecen ante la presencia de Dios. ¿Qué será, entonces, del ser humano mortal?
La única garantía de victoria y de permanencia es Jesús. Y la mejor de­cisión que la persona puede tomar es seguirlo. Aquel que está en Cristo, aunque esté muerto, vivirá. Deposita toda tu confianza en él.
No importa cuántos soldados formen parte del ejército enemigo que tie­nes que enfrentar hoy; no importa las armas sofisticadas que ellos traigan: tu seguridad es el Dios de los ejércitos de Israel. Sal sin miedo, porque "los montes tiemblan delante de él, y los collados se derriten; la tierra se conmue­ve a su presencia, y el mundo, y todos los que en él habitan". 

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